jueves, 6 de abril de 2017

Los antecedentes de la Profesión Naturopática en España (2 parte). Los Saludadores (III)

ACEPTACIÓN SOCIAL, CRÍTICA Y PROHIBICIONES

Los saludadores estuvieron en general socialmente bien considerados, y muchos de ellos gozaron de buen prestigio por su gracia para curar la rabia.

Catalina de Cardona fue una famosa saludadora al servicio de Felipe II y de personas de la nobleza.

A principios del siglo XVIII, José Méndez, saludador de Villa del Prado, estuvo exento, como los nobles y eclesiásticos, de pagar la mayoría de los impuestos durante años.

El Ayuntamiento de Ibahernando (Cáceres) tomó el acuerdo en sesión plenaria celebrada el 21 de enero de 1894, de animar a los ayuntamientos de los pueblos limítrofes a fin de que todos unidos pagaran a un hombre para que sustituyera en el servicio militar a Felipe Cancho, saludador, porque era “de gran utilidad a esos pueblos”.

Por el contrario, otras muchas personas consideraron a los saludadores como unos embaucadores que se aprovechaban de la ignorancia de las gentes.

El canónigo salmantino Pedro Ciruelo escribió a mediados del siglo XVI fuertes críticas contra los saludadores: “…para encubrir la maldad, fingen ellos que son familiares de San Catalina o de Santa Quiteria y que estas santas les han dado virtud para sanar de la rabia …y así con esta fingida santidad traen a la simple gente engañada tras sí…”.


Quevedo en Los Sueños sitúa a los saludadores en el infierno “condenados por embustidores”.

Feijoo en el discurso primero del tomo tercero de su Teatro crítico universal, arremete duramente contra los saludadores descubriendo las trampas de que se valían para poder pisar barras de hierro al rojo, meterse en un horno, etc. Cita el fraile benedictino varios fracasos de saludadores que habían elegido ese oficio para vivir sin trabajar, como aquél que decía que “con soplar los días de fiesta ganaba lo que había menester para holgar, comer y beber toda la semana”.

Los saludadores que empleaban sólo el poder de su aliento y su saliva para sus curaciones, sin pactar con el demonio, no fueron perseguidos por la Iglesia. Hubo incluso un clérigo saludador en Ariniz (Álava) en 1629.

Acerca de las condenas que la Iglesia imponía a los saludadores, de un canon de la Diócesis de León, fechado en el año 1651, y que reproduce la Constitución Sinodal número 100 del obispo Trujillo: “Que nadie cure con supersticiones, ni se consientan saludadores, cure con ensalmos o nóminas, ni cosas que huelan a superstición, como es decir palabras supersticiosas, cortar céspedes o yerbas, cintas, lienzo o paño, o seda de los vestidos, o pasando enfermos por cerco, o por agujero, o haciendo otras hechicerías».[...]

En una sociedad fuertemente sacralizada y ante la proliferación de todo tipo de embaucadores y farsantes dedicados al lucro mediante supuestas dotes curadoras, no era infrecuente que Tribunales de la Inquisición iniciaran procesos de fe por honor de oficio contra ciertos saludadores y suplantadores. Así en Valladolid en 1771 sería procesado con esos cargos José Ignacio del Castillo, saludador natural de Fuensanta. En Cuenca, lo fueron también Antonio Llorens, saludador originario de Utiel en 1771 y José Ruiz, saludador de Sigüenza en 1765. Por esos años y en Logroño el procesado por el Tribunal de la Inquisición por saludador y pacto con el demonio fue Pablo González, labrador originario de Alfaro. Algunos de ellos fueron condenados por la Inquisición pero sólo por carecer de licencia o tenerla falsificada, como aquel individuo de Jaén que decía tener título de saludador y al ser procesado en 1776 declaró que se lo había hecho un catalán por cuatro reales.

Otros muchos saludadores ejercieron a la vez de ensalmadores, conjuradores, santiguadores, etc. En 1696, la madre del rey Carlos II, doña Mariana de Austria, manda llamar a un conocido saludador manchego para que la cure de un zaratán (cáncer de pecho) diagnosticado de incurable por los médicos de la corte. Murió el 16 de mayo de 1696 en Madrid (Granjel I.,S. 1974, pag 57 – 58)

Todos esos saludadores que empleaban en sus ceremonias oraciones cristianas, persignaciones, estampas religiosas, etc., fueron perseguidos y castigados.

Rodrigo de Narváez, saludador de Jaén, fue juzgado por la Inquisición en 1572 debido a que “por la invocación que tenía de los demonios decía cosas por venir y acertaba en ellas… y miraba las manos y decía lo que entendía de las rayas…”

En las Constituciones Sinodales de 1581, del Obispado de Pamplona, en el capítulo “De Sortilegiis” se dispone:”...Por experiencia vemos, que hacen gran daño a la República Cristiana los ensalmadores, saludadores y bendecidores, por lo que comúnmente los que usan semejantes abusos, quieren aplicar sus falsas palabras por vía de medicina, que ni son ciertas, ni aprobadas según nuestra Santa Fe Católica. Y porque deseamos extirpar de nuestro Obispado semejantes cosas S.S.A. estatuímos y mandamos, que ninguna persona, sin licencia nuestra y aprobación o la de nuestro Vicario general, no permitan en nuestro Obispado saludadores, o bendecidores no aprobados, ni nóminas; y mandamos los castiguen con todo rigor, conforme a su delito. Y encargamos a los Rectores, Vicarios y Confesores de este Obispado en las confesiones tengan gran cuenta y cuidado de amonestarlos y corregirlos”.

Gaspar Navarro, canónigo de la Iglesia de Montearagón (Toledo), aconsejaba a los vicarios generales y obispos que antes de dejar curar a los saludadores en sus diócesis, vieran si lo hacían porque tenían gracia gratis data o si era por pacto con el demonio.

En Aragón fueron castigados muchos saludadores por dedicarse también a la hechicería.

Isabel Gil, vecina de Mira del Río (Cuenca) no sólo era saludadora a mediados del siglo XVIII, sino que se dedicaba también a santiguar y conjurar los ganados de los pueblos próximos al suyo, por lo que fue procesada y castigada.

Hacia mediados del siglo XVIII el número de saludadores farsantes y pícaros aumentó de tal forma, que se les prohibió ejercer sus actividades por las autoridades civiles y eclesiásticas.

En Guipúzcoa las Juntas Generales mandaron en 1743, que las justicias de los pueblos impidieran a los saludadores hacer curaciones y ensalmos.

El Real Despacho de 24 de diciembre de 1755 ordenaba: “Que de aquí adelante no se paguen de los efectos de la República maravedís algunos a ningún saludador por salario ni en otra forma, so pena de que lo contrario haciendo, se cargará a los capitulares como a particulares”.

En el Título VIII, artículo 24 de las Ordenanzas judiciales y políticas del Principado de Asturias de 1781, se mandaba: “A los saludadores como gente ociosa, ignorante o mal instruida en la doctrina cristiana y perjudicial a sus vecinos, que simple o vanamente confían en la eficacia de sus oraciones, deben los jueces perseguirlos por todos medios…”. El castigo para estos saludadores era de seis meses de prisión, pero saldrían de ella los días festivos a oír misa y ser instruidos en la doctrina cristiana. En el artículo 25 del mismo título de las Ordenanzas, se exponía: “A los que admitan en su casa estas gentes o se aprovechen de sus vanas oraciones y supuestas gracias, se les condena en dos ducados de multa por cada vez que lo hagan”.

Tres años después el obispo de Oviedo, González Pisador, comunicaba: “Item por quanto estamos informados que diferentes personas fingiendo tener la gracia de saludadores andan vagas por nuestro Obispado, dándose a este modo de vida con seducción de los pueblos y gente sencilla… mandamos a todos los curas que no permitan en sus parroquias a semejantes saludadores y a éstos que no usen en manera alguna de dicho oficio y fanatismo, so pena de excomunión mayor…”.

A pesar de estas órdenes siguieron existiendo saludadores hasta principios del siglo XX.

A fines del XIX había repartidos por diferentes barrios madrileños unos 300, de los que más de la mitad eran mujeres.

En la segunda década del siglo XX en algunos pueblos del suroeste de la provincia de Madrid, utilizaban todavía los servicios de saludadores para curar a sus ganados.

No hay duda de que entre los saludadores hubo muchos embaucadores y farsantes, pero también otros que supieron curar la rabia sobre todo los que además de soplar y untar con su saliva, emplearon el alcohol, el vino o ciertas hierbas para limpiar y desinfectar las heridas.

Fray Martín de Castañega que estudió estos temas, reconocía en 1529 la gracia que tenían algunos saludadores para curar.

El mismo Feijoo opinó que “posiblemente entre millares de saludadores haya alguno que tenga gracia gratis data curativa de la rabia”.

Aunque la credulidad e ignorancia de la mayoría de las personas era grande en siglos pasados, no creemos que hasta el punto de, con los pocos recursos económicos que en general tenían, pagar durante años a una persona, proporcionarle gratuitamente una vivienda, eximirla del pago de impuestos, etc., si no hubieran apreciado alguna curación en ellos o en sus ganados.

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